“…Así, por ejemplo, algunos trabajos han constatado una estrecha relación entre el CIA y daños orgánicos a largo plazo, tales como cirrosis, hipertensión y enfermedades coronarias (Anderson, Cremona, Paton, Turner, y Wallace, 1993;Marmot, 2001;Pincock, 2003). No menos importantes son las alteraciones que se producen a nivel cerebral, tanto desde el punto de vista estructural como funcional (Cadaveira, 2009;López-Caneda et al, 2014;Tapert, 2007), siendo numerosos los trabajos que han documentado las posibles repercusiones neurocognitivas y neuroconductuales asociadas a este patrón de consumo Guerri y Pascual, 2010;Tapert y Brown, 1999;Ziegler et al, 2005). La literatura también señala que los jóvenes que realizan un consumo intensivo de alcohol tienen mayor probabilidad de verse implicados en numerosos comportamientos de riesgo como peleas (Swahn, Simon, Hamming, y Guerrero, 2004;Wechsler, Davenport, Dowdall, Moeykens, y Castillo, 1994), conducir bajo los efectos del alcohol (Adams, Evans, Shreffler, y Beam, 2006;Windle, 2003), tener problemas con la policía, ser víctima de atracos o robos, participar en prácticas sexuales de riesgo (DeCamp, Gealt, Martin, O´Connell, y Visher, 2015;Huang, Jacobs, y Deverensky, 2010) o presentar un peor rendimiento académico (Miller, Naimi, Brewer, y Jones, 2007).…”