Los paisajes culturales se han construido a lo largo de siglos o milenios como consecuencia de la adaptación de diferentes culturas a la heterogeneidad de los sistemas naturales. Son el resultado de una serie de iniciativas, generalmente colectivas, que dan lugar a la superposición de diferentes elementos que corresponden a distintos momentos históricos. En ambientes de montaña los factores más influyentes en la construcción de paisajes culturales son el escalonamiento altitudinal de los pisos geoecológicos, la diversidad topográfica y topoclimática, el crecimiento demográfico, los acontecimientos históricos (incluyendo la superposición de culturas) y la influencia de los mercados. El éxito de las sociedades montanas dependió de su conocimiento del medio y, especialmente, de la importancia de la gravedad en un ambiente de alta energía, con el fin de controlar la escorrentía y la erosión del suelo. Por eso, las áreas de montaña necesitan una organización social y territorial compleja, para hacer frente a la adversidad provocada por la rudeza del clima y la explotación de laderas pendientes. Naturalmente, este esfuerzo implica un gran gasto de energía en la conservación del paisaje, que puede desmoronarse de manera irreversible por muchas razones, entre ellas la despoblación y el abandono de tierras de cultivo, que conducen a lo que podemos llamar una deconstrucción del paisaje. Esta última representa la pérdida de un patrimonio cultural que, estudiado a fondo, nos enseña mucho acerca de la forma óptima de aprovechar los recursos naturales y también de los errores que se han cometido en el pasado. A pesar de los cambios recientes, quedan aún muchos restos de los paisajes culturales pirenaicos: campos cercados que representan una creciente individualización en la gestión del territorio, laderas aterrazadas, panares en el límite superior del piso montano, y los extensos pastos subalpinos, que representan la eliminación de un espacio forestal para favorecer los movimientos trashumantes.