RESUMEN: La distribución y el consumo de chocolate invadieron, como una «fiebre» persistente, la cultura material y las prácticas alimenticias en el Setecientos. Las viviendas castellanas se dotaron, de manera creciente, de chocolateras y mancerinas, en las cuales verter el ansiado y nutritivo chocolate. El cacao llegaba, con más o menos prodigalidad, a las lonjas y tiendas de las ciudades y a las alacenas y despensas de las viviendas. Los clérigos no fueron ajenos a ese proceso e incluso protagonizaron una problemática colectiva, la del Cabildo catedralicio, con el objetivo manifiesto-preñado en muchas ocasiones de ansiedad y de tirantez con la empresa suministradora y con las autoridades municipales y estatales-de conseguir una logística sostenible de la materia prima, el cacao, para sus hogares.