Durante la Primera Guerra Mundial, diversas sustancias químicas se utilizaron de forma sistemática como armas. Años después, los nazis descubrieron accidentalmente los agentes neurotóxicos organofosforados (ANOF) del grupo G: tabún, sarín y somán; pero sorprendentemente no los utilizaron pese a que conocían su letalidad. Posteriormente, durante la Guerra Fría, los países de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) desarrollaron los ANOF del grupo V, entre los que destaca el VX; y la URSS desarrolló los más temibles, los ANOF del grupo A, entre los que destacan los novichoks. Los ANOF cayeron en el olvido hasta que infamemente resurgieron en la matanza de Halabja (guerra Irán-Irak, 1988), en los atentados terroristas del metro de Tokio (1995) y en el bombardeo de Ghouta (guerra de Siria, 2013). Sin embargo, la utilización bélica se ha redirigido en los últimos años a asesinatos selectivos cometidos por servicios secretos, como en los casos Skripal, Gebrev, Kim Jong-nam o Navalny. Además, personas próximas a las víctimas, como el personal sanitario, también puede intoxicarse. Los ANOF inhiben irreversible y rápidamente la acetilcolinesterasa y su letalidad es mucho mayor que la de los organofosforados pesticidas. El cuadro clínico recuerda a una intoxicación aguda por opiáceos, pero con hipersecreción generalizada: hipersialorrea, rinorrea, dacriorrea, diarrea, broncorrea, etc. Por ello, se conoce como «toxíndrome opioide húmedo». Se revisa la historia de la síntesis de los ANOF, la clínica que induce su exposición y su tratamiento: soporte vital, descontaminación, atropinización y antídotos.