“…Por otra parte, en aquella década, la particularidad del sistema político chileno, con partidos sólidos y con larga trayectoria histórica, no dejaba espacio para la formación de nuevas referencias políticas que no tenían experiencia ni reconocimiento. Finalmente, los candidatos evangélicos en campañas electorales de todos niveles fracasaron en convencer a la opinión pública chilena de que tenían un amplio proyecto nacional que superase las fronteras confesionales, y actuaban defendiendo sólo sus limitados intereses corporativos (Bastián, 1994(Bastián, , 1997Cleary y Sepúlveda, 1998). Desde la aprobación de la anhelada Ley, el mundo evangélico seguía estando muy dividido, sin líderes generalmente legitimados y, en lo fundamental, sin capacidad de formar un polo, una idea, un proyecto común.…”