“…Es en extremo difícil compararla con eventos similares de expresión aguda, en especial si ocurrieron en los albores del desarrollo científico del conocimiento médico y de la salud pública, donde el impacto global sólo puede equipararse con aquel causado por las grandes guerras o las depresiones económicas mundiales, o quizá con lo trémulo de los movimientos independentistas concretados durante los siglos XVIII y XIX, en virtud que el efecto colectivo y la consecuencia a largo plazo parece una condición inexorable. (Hozhabri et al, 2020;Jung et al, 2020) Tal atributo catastrófico de la COVID-19 al momento, son los más de 80 millones de enfermos contabilizados desde fines de diciembre de 2019 al cierre de 2020, con 1.8 millones de muertes atribuidas y un impacto negativo incalculable al orden mundial, pero más aún si consideramos que la oleada del proceso pandémico se mantiene activo (COVID-19 Corona Tracker, 2020); al tiempo en que no se había logrado concretar la evidencia científica de un tratamiento efectivo y las vacunas más prometedoras aún seguían en fase experimental, las menos en la antesala de su aplicación poblacional, y todo ello envuelto en una profunda incertidumbre atribuida más bien a un efecto infodémico y opacidad en los resultados experimentales para su concreción. (Crescioli et al, 2020;Ghazy et al, 2020;Hong y Kim, 2020;Mehrian-Shai, 2020;Parham et al, 2020;Won y Lee, 2020) La situación de México, vista en el contexto mundial, supuso en los albores de la pandemia una posición lejana, contrastado con algunos entornos devastados por la enfermedad, lo cual hoy está más lejos de ser cierto, en un sistema mundo interrelacionado, interconectado y en comunicación sincrónica instantánea.…”