“…En efecto, existe abundante evidencia que da cuenta de los esfuerzos que se han realizado desde las comunidades académicas por redefinir las prácticas de lectura y escritura, y proponer acciones didácticas que favorezcan su enseñanza y aprendizaje (Montes y López, 2017). Así, por ejemplo, se han descrito programas y centros de escritura (Ávila Reyes et al, 2013;Moyano, 2010;Natale, 2013;Sito et al, 2019) y relatado experiencias docentes que incorporan didácticas y metodologías innovadoras (García-Delgado Giménez y Revilla Guijarro, 2013;Hernández Rojas et al, 2014;Martínez-Lorca y Zabala-Baños, 2015;Pereira y Valente, 2014;Tapia Ladino y Silva Madariaga, 2010). También se ha estudiado la vinculación de la lectoescritura con el aprendizaje (Larraín et al, 2015;Vázquez y Jakob, 2007) y se han evaluado las percepciones, prácticas y representaciones sociales que tienen, frente a la lectura y la escritura, estudiantes (Bocca y Vasconcelo, 2008;Elche et al, 2018;Mateos et al, 2008;Montijano Cabrera y Barrios Espinosa, 2016; Tapia Ladino y Marinkovich, 2013) y docentes (Carlino et al, 2013;Harvey y Muñoz, 2006;Marinkovich y Salazar, 2011).…”