“…Así las cosas, las conductas asociadas a las formas divergentes de apropiación espacial se corresponden a principios culturales de acción que pueden marcar una distancia entre los actores que se apropian, y aún de quienes diseñan y construyen materialmente el espacio público, a través de ciertas consideraciones que constituyen geografías morales. Las geografías morales se concretan en los repertorios de las categorías a través de las cuales es valorado un espacio, sometido a juicios y prejuicios que pueden calificarlo como deseable, indeseable, peligroso, eficiente, higiénico, etc., y obviamente incidir sobre la práctica que tiene lugar en este (Hernández, 2016). A pesar de que los planificadores tienen un papel central al asignar valores morales asociados a usos convencionales del espacio público urbano, los diferentes grupos e individuos que se los apropian también le atribuyen esa carga en virtud de sus propios repertorios y trayectorias construidas a lo largo de su experiencia social, la cual define usos prototípicos que deben hacerse de ciertos espacios.…”