INTRODUCCIÓNLa teoría del aprendizaje social o social cognitiva (1-3), incluye un constructo teórico que se utiliza frecuentemente dentro de los modelos de cambio conductual nombrado autoeficacia, que se define como la capacidad personal del individuo de controlar su propia conducta cognitivamente, la convicción que se tiene (o no) sobre la viabilidad de que la conducta que se va a ejecutar logrará expresarse exitosamente en la situación o contexto que ha sido requerida. Esto le permite al individuo actuar o producir un resultado eficiente en una situación y/o contexto determinado (4).La noción de autoeficacia (1, 2, 4) señala que las percepciones de eficacia varían de modo significativo entre las distintas situaciones y tareas que se llevan a cabo ordinariamente. Las personas que se sienten o perciben así mismos como eficaces, poseen metas más altas y persisten más en sus propósitos que aquellos que tienen un bajo control personal ante ciertos retos o situaciones (1, 4). Los pensamientos y acciones que integran la autoeficacia son precursores inmediatos y específicos de la conducta (5). De esta manera la autoeficacia puede considerarse como un determinante de la conducta (5, 6). Está hipótesis se ha puesto a prueba mediante la predicción de distintos comportamientos (7-13).Algunos autores (2, 3, 5, 14) señalan que la capacidad de aprendizaje que el individuo muestra durante la adquisición de nuevas conductas depende del grado de eficacia con la que cuenta el individuo, para este tipo de conductas y/o cogniciones.En el presente trabajo nos interesa evaluar la autoeficacia en relación a conductas alimentarias consideradas saludables. De esta manera, diseñar un instrumento que mida si las personas tienen o no un alto sentido de autoeficacia de la conducta alimentaria, debería estar acompañado de una mayor capacidad de realizar comportamientos alimentarios saludables por parte del individuo.