El término teatro criollo suele emplearse para designar la parte del teatro colonial más próxima a las pautas del teatro peninsular coetáneo. A diferencia de otros tipos de teatro, el criollo seguirá, desde su llegada al Nuevo Mundo, la evolución del teatro peninsular, incorporando paulatinamente elementos autóctonos, de un modo más claro en las obras dramáticas cortas, de un modo más solapado en las obras extensas (Reverte & Reyes, 1998; Casa, García Lorenzo & García-Luengos, 2002; Huerta, 2003; Arrom ,1950, 1967; Chang-Rodríguez, 1999). Para entender mejor a los autores y obras que comentaremos, es preciso hacer varias consideraciones previas. En primer lugar, hablar de teatro virreinal peruano de los siglos XVII y XVIII supone, en sentido estricto, tratar del teatro que existió en un extenso territorio que abarcaba desde la actual Panamá, incluyendo gran parte de América del Sur. Desde el punto de vista de la administración española, Lima fue la capital de ese vasto territorio, del que se separaron a lo largo del siglo XVIII zonas que pasaron a constituir el virreinato de Nueva Granada (1739) y el virreinato del Río de la Plata (1776). Esto explica la relevancia cultural de Lima, equiparable a la de Ciudad de México respecto del virreinato de Nueva España, y, en el caso de ambas, sus semejanzas con el epicentro de la vida del Imperio, la ciudad y corte de Madrid