Las cárceles latinoamericanas se caracterizan, por elevados grados de hacinamiento y violencia institucional, así como por albergar a una mayoría de sujetos jóvenes provenientes de contextos de pobreza y vulnerabilidad.
Así mismo, el encarcelamiento afecta la salud mental de estas personas, producto de la violencia cotidiana, la falta de privacidad, distancia con la familia y el ocio obligado, siendo el consumo de drogas una manera de aliviar ese sufrimiento.
No obstante, los efectos del encarcelamiento en la salud mental no han sido suficientemente abordados, en parte porque la función de la psicología en estos contextos se ha visto sofocada por la exigencia de contribuir a los procesos de resocialización de la población presa Esta resocialización, cuando no son ofrecidas condiciones de estudio, formación laboral y posibilidades de inserción social futura, se transforma en un imperativo vacío, una ficción necesaria para la continuidad de este tipo de instituciones.
Este texto, a manera de ensayo, intenta mostrar las tensiones y contradicciones entre esos objetivos de resocialización que la cárcel impone y una perspectiva de salud mental que dimensione formas de relación solidarias y amplias, tomando como referencia para esto una experiencia de intervención realizada en la cárcel de Villahermosa de Cali, Colombia.