“…En la actualidad, parecer ser que la Inteligencia Emocional (IE) es uno de los constructos que aún suscita atención entre los investigadores, debido a su relación con un gran número de variables conductuales y afectivas; por nombrar algunos de estos, los correlatos de IC se han verificado con satisfacción con la vida (Cazan & Năstasă, 2015), bienestar (Sánchez-Álvarez, Extremera, & Fernández-Berrocal, 2016), esquemas cognitivos disfuncionales (Dimitriu, & Negrescu, 2015), autoestima (Abdollahi & Abu-Talib, 2016;Cheung, Cheung, & Hue, 2015), habilidades sociales (Garaigordobil & Peña, 2014), conducta prosocial (Martin-Raugh, Kell, & Motowidlo, 2016), depresión (Lloyd, Malek-Ahmdi, Barclay, Fernandez, & Chartrand, 2012;Salguero, Extremera, & Fernández-Berrocal, 2012), ideación suicida (Suárez, Restrepo, & Caballero, 2016), burnout (Năstasă & Fărcaş, 2015;Pishghadam & Sahebjam, 2012;Torres, & Cobo, 2017), ansiedad (Nolidin, Downey, Hansen, Schweitzer, & Stough, 2013), salud física (Mikolajczak & Van Bellegem, 2017), desempeño laboral (Joseph, Jin, Newman, & O'Boyle, 2015;Mshellia, Malachy, Sabo, & Abu-Abdissamad, 2016); por otro lado, también ha sido observado su rol moderador en conductas antisociales y adictivas (Parker, Summerfeldt, Taylor, Kloosterman, & Keefer, 2013;Schokman et al, 2014). En conjunto, la IE es relevante en la descripción y explicación del proceso de adaptación social de la persona.…”