Para el feminismo el tema del poder ha sido pieza central; sin embargo, hasta ahora, el sentido principal que se le da al término tiene que ver con el control y el dominio que ejercen hombres (en forma individual, institucional, organizada o discursiva) sobre las mujeres (como personas y como colectivo). Esta situación ha derivado en la dificultad de analizar algunos fenómenos; por ejemplo, ¿cuál es el sentido y los resultados de que las mujeres ocupen posiciones de poder? (a nivel de jefaturas de Estado, parlamentos, etcétera) ¿cómo valorar a los movimientos de mujeres que tienen influencia en la toma de decisiones? (aprobación de leyes, creación de políticas públicas); ¿de qué manera entender a los hombres que individual o colectivamente cuestionan su posición de privilegio y se autodefinen como antipatriarcales? Este texto sostiene que el feminismo ya es una expresión de poder que disputa espacios de decisión en diversos ámbitos, y que el fortalecimiento de su influencia política requiere de la conformación de un grupo cohesionado que sea capaz de configurar una agenda y construir las alianzas necesarias para disputar la hegemonía del discurso y de la organización política.