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ResumenEl habitar invita a entrelazar espacios y emociones. A partir de las experiencias iniciales de la vida social, el mundo adquiere connotaciones fundantes que, para el sujeto, proveen seguridad ontológica. La trama emocional del habitar permite recrear los espacios de certeza aun en territorios en permanente transformación. La expansión del capital en zonas rurales impone formas de territorialización que constriñen los ámbitos de vida local, reduciendo las escalas en las que se sostienen las prácti-cas y formas de habitar, y que ponen en jaque las construcciones emocionales asociadas a un lugar. Se sugiere aquí que, en tales escenarios, la permanencia de los habitantes -además de otras variables-depende de la modificación de sus formas de vinculación emocional con el medio. La experiencia de pequeños productores rurales de Colliguay en la zona central de Chile, en su tránsito hacia la apicultura, da cuenta de la reinvención del espacio local y de la generación de emociones conjugadas con un territorio que se abre con nuevos significados en aquellas dimensiones antes ignoradas, ya que el cambio ocurre en el contexto de una disminución radical de la escala de vida (de la semilla al polen, del ganado a las colmenas) que, no obstante, permite el reencuentro afectivo con aspectos del medio proporcionales a este nuevo ejercicio. Junto con destacar la emergencia de formas renovadas de vinculación emocional instituidas en el espacio habitado, se destacan la autonomía y la sustentabilidad a que se accede en estos escenarios.PALABRAS CLAVE: EMOCIONES, LUGAR, MEDIO AMBIENTE RURAL, HABITAR, APICULTURA.Recibido: 28-02-2017.Aceptado: 31-08-2017.
IntroducciónSolo un sesgo teórico muy pronunciado podría haber omitido las emociones en la comprensión del hábitat residencial. Sin embargo, el sesgo ocurrió y una buena parte del desarrollo de las ciencias sociales ha transitado por la vertiente racional en la interpretación de los fenómenos humanos y, en particular, del acomodo de las personas en el mundo. En su condición basal, dicho acomodo se corresponde con el vínculo afectivo entre lo habitado y quien lo habita. Tal es la fuente de la seguridad ontológica del habitante 5 . Winnicott (1965) sugiere que los fundamentos psicológicos de este vín-culo devienen de la separación del niño respecto de las figuras que lo nutren y de la necesidad de ejercitar algún control sobre ese mundo ajeno que es el no-yo. Los objetos, desde esta perspectiva, se prestan para sustituir lo perdido, evocando la figura protectora, reduciendo la ansiedad y creando la ilusión del control. En este contexto surge el dominio transicional que, al modo de una tercera esfera, se interpone entre la interioridad del sujeto y la exterioridad de las cosas. Esta esfera, sugiere Winnicott, permanecerá como el lugar de reposo para quien se ve enfrentado a la perpetua tarea de
5Usamos aquí el concepto de seguridad ontológica para hacer referencia "a la confianza que la mayoría de los seres humanos depositan en la continuidad de su auto identidad y en la ...