“…Desde una perspectiva humanístico-psicológica, Gândara, Brea y Manosso (2013) y Damián (2018) consideran que estas experiencias vinculan el desarrollo personal coligado con el bienestar concebido a partir de la interacción con otras personas por vínculos familiares, de amistad o a través del contacto con integrantes de las comunidades locales visitadas que proyectan un efecto de beneficio exterior; por tal motivo, resulta esencial el aporte del turismo de experiencias al progreso de las relaciones interculturales gratas y enriquecedoras en los turistas y las comunidades visitadas (Sáez Cala, 2009). La gestión de la experiencia turística se orienta hacia las dimensiones cognitiva, afectiva y sostenible, como consecuencia de su evidente carácter humanista y subjetivo (Pinassi y Ercolani, 2015;Chim-Miki, Batista-Canino y Medina-Brito, 2016;Sutty Segovia y Cruz Cardentey, 2018;Barrios y Reis, 2019). Los ámbitos en los que se desarrolla la experiencia se asocian al entretenimiento, al aprendizaje, al disfrute estético y a la aventura, mientras que los componentes de la experiencia turística (actores, actividades, escenarios y tematización) deben articularse en cada una de las etapas del ciclo de gestión para garantizar la satisfacción de los clientes.…”