La naturaleza humana se caracteriza por la continua adaptación a los cambios, es decir, la habilidad para enfrentarse con eventos producidos por la combinación de modificaciones internas (personalidad, cognición, entre otras), en contacto con lo que externamente sucede. El sentido de la propia existencia y de la contribución personal únicamente puede ser descubierto en relación con y para los otros; se debe potenciar el desarrollo de vínculos de respeto y apoyo mutuo, de aprecio, de responsabilidad compartida, de intercambio de conocimientos, de disfrute de espacios y tiempos comunes. Durante la vejez, las actividades cotidianas adquieren especial relevancia y deben orientarse hacia metas de eficacia funcional; de ahí que debamos escrutar previamente su diseño y aplicación en varios aspectos básicos como el tiempo como objeto, la valoración del objeto en su utilidad funcional, la profundización desde una visión dinámica y la estimación del proceso desde una visión teleológica. En suma, un análisis constructivista ampara una utilización de estilos y roles de comunicación apropiados para el apoyo y fomento de un envejecimiento saludable con la inclusión de objetivos como favorecer la implicación de la persona mayor en la vida social de su propia comunidad, así como impulsar el conocimiento de su propio entorno como devenir constante.