“…Pero también se confrontan con la imposibilidad de negar la pérdida, tanto del enfermo como del vínculo, aunque la cotidianidad les muestre que su familiar ya no es el mismo y que, a pesar de su presencia física, su cuerpo, su identidad, los roles y el lazo que los unían han cambiado rotundamente. Como respuesta a esta ambigüedad, los estudios de Córdoba y Poches (2013) y Martos, et al (2015) encuentran que los cuidadores viven permanentes fluctuaciones emocionales y comportamentales en las que pasan del enojo a la alegría, de la impotencia a la eficacia en el cuidado, de la angustia a la calma, de la indecisión a la seguridad en su quehacer. Todas estas fluctuaciones entre la negación y la aceptación de la pérdida, con sus consecuentes oscilaciones anímicas y comportamentales, adquiere el ritmo impreciso y discordante propio de esta enfermedad que suele provocar en el cuidador una experiencia con gran sobrecarga física y afectiva (Moreno et al, 2016;Flores, Rivas y Segel, 2012).…”