A casi diez años de la llegada de Jorge Bergoglio al trono de Pedro no es novedad que el mundo académico – en especial el europeo – ha vuelto su miradasobre el catolicismo latinoamericano y su historia. En especial, aquella que parece cruzar los años formativos de Francisco: la de los sueños de desarrollo económico de la segunda posguerra por la vía de la industrialización del continente; la denuncia de desigualdades estructurales; el proceso de secularización que era, en forma aparente, concomitante a la modernización y, finalmente, la transformación ideológica de los católicos latinoamericanos que los llevaron de un lado al otro del espectro político. Las biografías que rápidamente se escribieron sobre el nuevo pontífice reposicionaron la singular historia de los católicos latinoamericanos que, sin duda, estuvieron en el centro de la producción ideológica de las décadas de 1960 y 1970 (Borghesi, 2017; Lyon, Gustafson y Manuel, 2018; Rourke, 2018; Zanatta, 2020). Porque si América Latina fue, durante cientos de años, un continente importador de bienes y de doctrinas, en esas décadas, cuando el espíritu de la revolución amainaba en Europa, las ideas de sacerdotes, religiosas y laicos del Tercer Mundo parecían dar un nuevoimpulso a las utopías de cambio radical en todo el orbe. El envejecimiento de la Unión Soviética, su conversión en un estado más, había abierto las posibilidades de diversas izquierdas desde mediados de la década de 1950. Izquierdas menos anticlericales, más receptivas a la mixtura con otros componentes espirituales, culturales e incluso ideológicos. Surgía una izquierda cristiana en América latina, que se superpondría a distintos “ismos” a lo largo de los años sesenta y setenta y se exportaría al resto del mundo.