“…A su vez, las personas desplazadas deben adaptarse abruptamente a las nuevas condiciones de vida en contextos que les son ajenos y que no siempre representan entornos seguros y estables para ellos y sus familias(Gamboa-Suárez et al, 2019;Angulo-Pinilla & Rojas-Montenegro, 2021).En este contexto, la continuidad, la permanencia y la culminación del proceso escolar de los niños, niñas y adolescentes que viven este fenómeno social ha representado un reto para el sistema educativo, de manera particular para las escuelas que les acogen. Algunas investigaciones recientes señalan las dificultades estructurales que existen para garantizar el derecho a la educación de niños y jóvenes que han sido desplazados de manera forzada, lo que pone en evidencia aspectos problemáticos que tienen que ver con el acceso, y fundamentalmente con las barreras y las ausencias pedagógicas, psicosociales y curriculares para recibirlos y garantizar su permanencia en las instituciones educativas(Páez-Triviño, 2021;Amézquita-Aguirre & Trimiño-Velásquez, 2020;Córdoba-Jaramillo & Santa-Tobón, 2016;Duque-Vargas & Lasso-Toro, 2016). De tal manera, la situación del encuentro con el otro y la ausencia de estrategias educativas y programas claros para las instituciones y los maestros que los acompañan, convierte a la escuela en otro territorio de deserción y de exclusión para los estudiantes que fueron desplazados de manera forzada.En esta situación, es importante pensar en el currículo escolar desde una perspectiva crítica(Silva, 2001;Grundy, 1998) toda vez que posibilita una mirada a las experiencias escolares cotidianas y a las formas en que los estudiantes que fueron desplazados habitan, significan y se (re)encuentran con la escuela.…”