María es una anciana de 96 años, se le ve todavía con ganas de vivir, es delgada y de aspecto fibroso con la cara surcada de arrugas y manos de haber trabajado duro, hasta el momento llevaba su vida sencilla de forma autónoma, vivía en su casa con huerta que todavía ella misma cuidaba. La conozco tras su ingreso desde la urgencia del hospital por sufrir una neumonía que le produce una dificultad respiratoria que la incapacita. Tiene un hijo ya mayor que vive a 10 Km. de su casa y le visitaba una o dos veces a la semana. Me presento y me siento a su lado tendiéndole la mano, sus ojos me agradecen el gesto y me pregunta tras su mascarilla de oxígeno si se va a poner bien. He visto su historia y además de la neumonía se aprecia enfermedad pulmonar con posibles bronquiectasias bilaterales e insuficiencia renal. Durante los siguientes días tiene una ligera mejoría pero de nuevo empeora necesitando nuevos cambios en el tratamiento. Sus ojos van cambiando hacia la tristeza y sin que yo le diga nada ve que necesita ayuda a partir de ahora. Su hijo le explica que no puede vivir con ella todo el día y que tendrá que ingresar en una residencia. A partir de este momento María dejó de mirar con sus ojos verdes y lúcidos y solo mira el suelo de la habitación, cualquier información que le doy le da igual. En estas mismas fechas, con gran sobrecarga asistencial debido al exceso de número de pacientes y los recortes de profesionales en los últimos años, otro de los pacientes que atiendo se llama Antonio, tiene 92 años y había trabajado de carpintero toda su vida, ahora tenía una vida tranquila en su aldea, era viudo y vivía solo, compartiendo su vida diaria con los vecinos y amigos que le quedan todavía, tan mayores como él. Tiene una hija en Santander y un hijo en Francia. El día del ingreso los vecinos lo echan en falta y acuden a su casa encontrándole tirado en el suelo de la cocina con incapacidad para hablar y mover su mano y pierna derecha, la cara está desfigurada y quiere explicarles algo pero no logra expresarse. Tras llamar al 061 su médico se acerca a verlo y se traslada al hospital. Recuerdo que cuando empezaba mi profesión de médico, con frecuencia, eran los propios familiares y vecinos los que se encargaban de traer a los pacientes al hospital, las ambulancias eran escasas y tardaban en llegar; la implantación de este servicio ha mejorado indudablemente la atención a las personas. Al día siguiente recibo la llamada de la hija de Antonio interesándose por su padre e informándome que no podría venir por el momento, pues cuidaba a su hijo con discapacidad y no podía dejarle solo. Su hijo desde Francia llamó acto seguido y tras preguntarme por el estado de su padre y lo que se esperaba que ocurriera en las próximas horas, en que le expliqué que no podía aventurarle con seguridad lo que podría suceder, pues las personas que han llegado a los 90 con frecuencia nos sorprenden, me dijo que estaba consiguiendo un vuelo para venirse cuanto antes. Cuando llegó su hijo, Antonio estaba alerta con disfasia y visiblemente agitado...