Algunas novelas de la última década dan cuenta de antecedentes históricos y políticos de las dictaduras y posdictaduras de Chile y Argentina. Se trata de poéticas que exponen la ruindad sociopolítica a través del empleo de la violencia y la persistencia del mal a cargo de actuantes de poderes hegemónicos en plena democracia en dichos países. Sobre la base de lo anterior, este artículo examina las novelas Tierra Amarilla (2014) de Germán Marín y Nuestra parte de noche (2019) de Mariana Enríquez como expresiones de un proceso de degradación de los personajes desde el plano corporal al mental. Ello a partir de las acciones de agentes del mal —humanos y fuerzas metafísicas— en sociedades corrompidas y paisajes ruinosos, en que el recurso del mito aparece como una estrategia geopolítica de tales agentes para mantener y validar su poder hegemónico, provocando un carácter impredecible e inestable en los personajes cuando avanzan a un estado terminal ruinoso, es decir, a una condición corrosiva de residuo tóxico, por lo que causan daño por un actuar pasivo de complicidad criminal en Tierra Amarilla, y un actuar activo perpetrado a través de la violencia en Nuestra parte de noche.