L a aparición del gestor cultural no se entiende sin echar un vistazo a la evolución del término cultura. En la Modernidad, cuando cultura significaba tradición artística e intelectual, no había nada que gestionar. Hoy, en plena Posmodernidad, cuando el término es también sinónimo de espectáculo, de costumbres y de folclore, la cultura no es nada sin alguien que la gestione.Todas las épocas han tenido una tradición culta y una tradición popular. Durante la Edad Media, el Renacimiento y el Barroco la tradición culta se divulgaba por escrito, en latín, y la cultura popular tenía carácter oral, en romance. La aparición de la imprenta y el triunfo de las lenguas vulgares ensancharon el cauce de la tradición culta incluyendo en él no sólo las obras escritas en latín, sino también las obras en castellano, catalán o francés. A su lado continuó existiendo una tradición popular, generalmente de carác-ter oral, que mantenía relaciones dialógi-cas con la tradición culta; la influía y se dejaba influir por ella; un fenómeno que culminó en la segunda mitad del siglo XX con la corriente pop.Si el movimiento pop fue subversivo, lo fue en su intento no de sustituir la tradición culta por la tradición popular, sino de incluir en aquella las creaciones de esta. A partir de los 60 el cómic, la novela criminal, el jazz o el rock adquirieron el mismo rango que Homero, Rembrandt, Cervantes o Beethoven. Y a finales del siglo XX la primera lista ya representaba mejor que la segunda la cultura de nuestro tiempo.Mientras esto sucedía aparecía en los periódicos una sección cuyo nombre indicaba por dónde iban los tiros: la tradicional sección de Cultura se fue convirtiendo implícita o explícitamente en sección de Cultura y Espectáculos. A este fenó-meno contribuyó el rechazo que conceptos como esfuerzo individual y memoria provocaba en los nuevos pedagogos españoles, que querían dejar atrás cuanto antes todo lo que recordara a la vieja escuela franquista. Así, al mismo tiempo que se renovaba aquella enseñanza represiva, se arramblaba también con otros aspectos de aquella educación que podían haber sido aprovechados. Creatividad y entretenimiento se convirtieron en el tótem de la pedagogía.A esta transformación de los valores sociales contribuyó la aparición en los círcu-los académicos estadounidenses de los Estudios Culturales como sustitutos de los estudios humanísticos clásicos. La moda, la gastronomía, la publicidad y otras disciplinas de las antiguas escuelas de artes y oficios se convirtieron en las genuinas expresiones de la cultura, semejantes a la música, la arquitectura, la pintura y, por supuesto, la literatura. Esta inversión de valores llegó a su extremo con el pujante discurso de las minorías, que incluía en un concepto de cultura los ritos y las costumbres de sus respectivas etnias: los bai-