“…Lo que alcanza a distinguirse es la existencia de espacios educativos formales que provocan un efecto homeostático con la propia tarea penitenciaria que navega entre la quietud y la corrección, y espacios educativos no formales que, al necesitar construir legitimidades propias de lo externo, ponen el foco en los procesos de acompañamiento (Manchado, Chiponi, 2018). Así, la tensión entre lo legal y lo legítimo (López, 2009) entra en escena aportando, o no, a la tarea que los profesionales desean realizar, pero no pueden concretar: acompañar, escuchar, reconstruir las biografías, generar espacios de diálogo, promover intereses, abordar las autopercepciones. Nuevamente, la maquinaria moral pone en juego lo deseable y lo obligatorio porque, mientras los profesionales manifiestan querer hacerlo, puesto que entienden que es parte de sus tareas, hoy no pueden -o lo realizan parcial y esporádicamente-por dos motivos centrales: a) la desproporción entre población encarcelada y profesionales disponibles, y b) la refuncionalización de las tareas a partir de la creación, en 2017, del Organismo Técnico Criminológico (OTC).…”