En los trechos más largos de su recorrido, la literatura de Europa ha sido por definición un arte de conjugar reminiscencias, apuntar afinidades, incorporar matices, en un inacabable diálogo con los maestros y los cofrades.Francisco Rico A Mateo Alemán se le endulza el gesto cada vez que, allá desde su atalaya, decide bajar la vista y asomar la nariz por bibliotecas y librerías. Sabe que a su Guzmanillo le han caído en suerte editores de la talla de Francisco Rico, José María Micó o Luis Gómez Canseco: ahí es nada. Entre las burlas y veras que, con rigor y maestría, han anotado estos tres ilustres filólogos, se encuentra la historia de don Álvaro de Luna, cuyo origen sitúan en el cuento XLI de Il Novellino de Masuccio Salernitano, haciéndose eco de una convención crítica arraigada desde hace ya unas cuantas décadas. Pues bien, el objeto del presente artículo es tratar de demostrar que el sevillano no solo se basó en la novella de Masuccio para componer ese capítulo del Guzmán (el cuarto del primer libro de la segunda parte), sino también en otra de Girolamo Parabosco (c. 1524-1557), literato cuya faceta como novelista es hoy poco recordada del Mediterráneo para acá. Se analizarán también algunos aspectos de la estructura de la novela intercalada desatendidos por la crítica, como su relación con los marcos de raigambre decameroniana y con una novela en verso de Cristóbal de Tamariz.Pero comencemos por el principio. John Dunlop (1816: 395) parece haber sido el primero en identificar Il Novellino de Masuccio, allá a comienzos del siglo xix, como fuente de dicho capítulo, al tiempo que mencionaba la segunda novela de los Diporti de Parabosco en tanto que mera ramificación de la del Salernitano. A