Desde que Van Rensselaer Potter escribió su libro Global Bioethics: Building on the Leopold Legacy (1988), la idea de una bioética global, concebida en el marco de un sistema mundo, ha ganado gran popularidad en las últimas décadas (García-Rodríguez et al., 2009); sustentándose en los alcances globales de la tecnociencia y sus posibles impactos en las diversas manifestaciones de la vida (Herrera, 2008; Sayago y Amoretti, 2021), y demandando decisiones agenciadas partiendo de articulaciones entre centros y periferias (Wallerstein, 2005). De acuerdo con esta perspectiva, los humanos no son considerados superiores a las demás especies que habitan la biosfera (Pinto et al., 2018), priorizando la protección y el respeto por la diversidad biológica y cultural (Sarrazin y Redondo, 2022). Como se afirma en la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos, DUBDH (UNESCO, 2006): la bioética podría ser un instrumento eficaz como propuesta inicial para lograr un respeto ecosistémico (Borgoño, 2009).
La bioética debe propiciar la deliberación para que diversas perspectivas puedan estar en consenso (Parra, 2018). Así, mientras se mantenga la horizontalidad y el respeto por cada una de las cosmologías o epistemes que participan en este concierto de construir una bioética global intercultural, será posible que representantes de diferentes países participen y contribuyan para lograr tal propósito; como lo muestra la DUBDH, por medio de la cual se ha avanzado sobre acuerdos bioéticos desde el respeto por la diferencia (UNESCO, 2006). Con todo, se corre el riesgo de reproducir, privilegiar o defender sutilmente la lógica hegemónica, situación que se debe analizar para no caer en lo mismo que se desea evitar.