“…Estas ideas no son nuevas, puesto que las ya mencionadas Dworkin y MacKinnon, comenzaron a lanzar campañas antipornografía (Dworkin, 1981;Dworkin y MacKinnon, 1988;MacKinnon, 1991), manifestando que la pornografía era central a la opresión de la mujer y al sistema sexual masculino, así como la plaga que conducía a la violencia machista con sus mecanismos de humillación, cosificación, violencia, denigración y difamación. No lejos de esas aseveraciones, entre la investigación especializada en la temática, encontramos estudios que avalan que la pornografía tradicional desempeña un papel transmisor de la ideología heteropatriarcal dominante (Morales, 2016), que fomenta comportamientos sexuales considerados de riesgo (Arrington-Sanders et al, 2015;Braithwaite et al, 2015), que promueve la dominación masculina y la sumisión femenina en las prácticas sexuales (Wright, Sun et al, 2015;, que refuerza actitudes como la cosificación sexual de las mujeres (Bridges et al, 2003), que aumenta la agresión hacia estas (Hald et al, 2010;Wright, Sun et al, 2015) y que incluso provoca una mayor aceptación de la violación (Foubert et al, 2011). Por su parte, el estudio de Fithern (1996) muestra que incluso la llamada pornografía gay ha hecho uso de los componentes de la heterosexualidad hegemónica en su industria, donde las dinámicas de poder inundan la pantalla glorificando la masculinidad y la virilidad tradicional.…”