INTRODUCCIÓNDesde las primeras descripciones clásicas de Virchow se reconocía un tipo de muerte celular: la necrosis. Sin embargo, a finales del siglo pasado, Walter Flemming describió un tipo de muerte celular con características morfológicas diferentes, al que denominó cromatólisis. Tuvo que transcurrir casi un siglo hasta que este tipo de muerte celular fuese adecuadamente caracterizado por Kerr, quien en 1972 propuso el tér-mino apoptosis para denominarlo 1 .En los últimos 20 años, la apoptosis y la necrosis se han considerado como los dos tipos fundamentales de muerte celular. Sin embargo, Majno y Joris han puesto de manifiesto la inconsistencia de este concepto 2 . En efecto, en términos estrictos, la necrosis representa el conjunto de cambios degradativos en los que culmina cualquier tipo de muerte celular. Así, a la necrosis se llega tanto por un proceso de apoptosis, morfológica-mente caracterizado por el arrugamiento y la fragmentación de la célula, como por un proceso de oncosis, en el que la célula se hincha y estalla. Por lo tanto, hoy día cabe distinguir dos tipos fundamentales de muerte celular: el apoptótico y el oncocítico. La apoptosis constituye una forma de muerte celular con características morfológicas y dinámicas distintas de la muerte por oncosis o por necrosis. Desde el punto de vista de la arquitectura celular, la apoptosis equilibra el efecto de la proliferación celular. Por ello, las alteraciones de la regulación de la apoptosis pueden participar en el desarrollo de numerosas enfermedades. Es el caso de la apoptosis exagerada, que conduce a la atrofia y al fallo de la función de un órgano, o de la apoptosis insuficiente, que propicia el remodelado estructural organotisular. En los últimos años se asiste a una gran expansión en la investigación sobre apoptosis, una investigación en la que también participa la comunidad cardiovascular. Desde muy diversos ámbitos de la medicina cardiovascular se han aportado observaciones sobre el posible papel de la apoptosis en síndromes que oscilan desde los defectos de conducción hasta la insuficiencia cardíaca congestiva, desde la aterosclerosis hasta los aneurismas. No hay duda de que esas observaciones puntuales acabarán configurando conceptos etiopatogénicos y fisiopatológi-cos que serán la base del diseño de nuevas estrategias diagnósticas y terapéuticas.
A R T Í C U L O D E R E V I S I Ó N