La historia de la industria farmacéutica española está condicionada por su adscripción a un modelo de corte mediterráneo, de menor empaque económico y mayor presencia de la componente artesana y profesional. La industria de las materias primas, al menos las de carácter químico-orgánico y fermentativo, no apareció hasta la dictadura franquista. Durante la Autarquía parece evidenciarse un cierto interés por promocionar este sector; en primer lugar, potenciando las industrias de productos naturales, algo que ya se venía haciendo con anterioridad a la Guerra Civil, con el propósito de obtener principios activos de acción medicinal y evitar así su importación; en segundo lugar, a más largo plazo, estableciendo en España una industria química integral, de tipo orgánico, capaz de obtener fármacos a partir del carbón; finalmente, tras conocerse la síntesis a escala industrial de la penicilina, entró un escena un nuevo objetivo que acabaría convirtiéndose en prioritario: la fabricación nacional de esta sustancia. Sin embargo hubo una serie de factores que frenaron el desarrollo de la industria químico-farmacéutica, como las propias limitaciones de las políticas autárquicas, el excesivo número de laboratorios y de productos comercializados, la escasa capitalización de estas empresas así como su tímida implicación en tareas investigadoras, y la insuficiente capacitación científico-técnica necesaria para esta actividad.