“…Argentina, Brasil y Uruguay han sido históricamente los países sudamericanos en los que el uso inyectable de drogas tuvo mayor extensión (5,6), en especial en los grandes centros urbanos de la cuenca del Plata -Buenos Aires, Montevideo, rosario y sus áreas periféricas-, del sur y sudeste de Brasil -Porto Alegre, Florianópolis y São Paulo-, como también en Salvador, en el norte. Desde fines de los años ochenta, los casos de sida registrados en los tres países evidenciaron que el uso compartido de materiales de inyección tendría un gran peso en la epidemia y, aunque la transmisión por el uso compartido de materiales de inyección viene reduciéndose desde mediados de los años noventa (7), esta reducción fue acompañada por referencias cada vez más frecuentes a la transmisión de VIH y de otras infecciones de transmisión sexual y sanguínea (ITSS) entre usuarios de drogas no inyectables (8)(9)(10)(11)(12)(13)(14). Ambos grupos, además de ser vulnerables a la infección de VIH y la coinfección con virus de la hepatitis B y C (VHB y VHC), suelen tener un acceso limitado y tardío a la atención sanitaria, con una alta proporción de diagnósticos en etapas sintomáticas (15,16).…”