En el amplio y complejo tablero de relaciones cruzadas italohispánicas de los siglos xvi y xvii destacan ciertos casos de parentesco estético y vital que dicen mucho sobre el campo literario de la época. Un curioso ejemplo se encuentra en Aretino y Quevedo, dos personajes de armas tomar que cruzan como un rayo el Cinquecento y el Siglo de Oro, y que tanto por su vida como por su obra se balancean entre el atrevimiento, el riesgo y el escándalo. Aunque pueda parecer una relación caprichosa, ambos presentan un notable aire de familia que invita a reflexionar sobre la construcción del perfil autorial y las ricas relaciones entre poesía y pintura. * Acaso la marcada tendencia italiana de las lecturas quevedianas sea la puerta de entrada a la red de afinidades que pretendo trazar, pues Ariosto, Berni, Dante, Nicolò Franco, Marino, Petrarca, Tasso y hasta las ideas pictóricas de Armenini (De veri' precetti della pittura, 1587) dejan huella en forma de guiños intertextuales o marginalia en Quevedo, más otros ingenios que asoman entre líneas. 2
Una relación en siluetaPor de pronto, es cierto que parecen dominar las diferencias en la historia externa: las fechas vitales (1492-1556 y 1580-1645) vetan todo contacto directo, que sin duda hubiera dado mucho juego. 3 Mientras Aretino es un self-made man que lucha toda su vida para escapar del estigma de bastardía y hacerse un lugar en los círculos culturales y políticos, los privilegios de Quevedo (hidalguía, cercanía a la corte) marcan algunos rasgos de su carrera. Entre otras cosas, de ahí procede la formación autodidacta de Aretino frente a la erudición de Quevedo. Estos deslindes se pueden ampliar al gusto, pero en la biografía, la carrera y hasta el esprit de ambos ingenios se descubre una notable serie de similitudes que les unen, pese a las diferentes coordenadas que les tocan en suerte.