El 5% de los empleados trabajaba desde casa de manera ocasional o regular antes de la pandemia. Sin embargo, esta cifra creció enormemente debido a los confinamientos ocasionados por las emergencias sanitarias declaradas alrededor del mundo (Ollo-López, Goñi-Legaz, & Erro-Garcés, 2020). Según Kniffin et al. (2021), la mitad de las compañías tuvo a más del 80% de sus empleados trabajando desde casa a raíz de la pandemia por la COVID-19, y se estima un incremento sustancial del teletrabajo a largo plazo. En el caso del Perú, 224 000 colaboradores se encontraban registrados en planilla electrónica bajo esta modalidad para agosto de 2022 en comparación con los 5000 teletrabajadores registrados antes de la pandemia (Ministerio de Trabajo y Promoción del Empleo, 2022).La investigación sobre las prácticas de flexibilidad que dependen de la ubicación del trabajo empezó hace unos 25 años. Más recientemente, se comenzó a hablar de trabajo distribuido, en mención a los arreglos laborales que permiten a los empleados realizar sus tareas lejos de un lugar físico organizacional. La modalidad más conocida de trabajo distribuido es el teletrabajo (Gajendran & Harrison, 2007). El teletrabajo es considerado como un arreglo de trabajo flexible que debería ser impulsado por la alta gerencia (Mayo, Gómez-Mejía, Firfiray, Berrone, & Villena, 2016). Además, es un beneficio muy valorado para el reclutamiento y retención de personal (Lee & Kim, 2018;Monroe & Haug, 2021). Así, el 47% de los trabajadores de América Latina prefiere el trabajo remoto a tiempo completo y el 45% apuesta por el trabajo híbrido (Chávez, 2022).Una de las diferencias, si se compara el trabajo tradicional con el teletrabajo, es que en el teletrabajo los empleados tienen menos contacto directo con sus supervisores, colegas y clientes; por ello, puede aparecer un sentimiento de aislamiento (Spilker & Breaugh, 2021). Una segunda diferencia es que los empleados tienen una mayor flexibi-