Reading takes on a multifaceted nature subject to varied interpretations depending on the perspectives from which it is approached, but there is a general consensus regarding its virtues and benefits for the population in general and for the development of culture in particular. The technological changes that reading has undergone during the last decade, which involve all the parts of its value chain, have added functionalities, features, and modalities that considerably expand the range of content available and its forms of consumption. One can speak of reading “in the outdoors,” first to give a name to these new practices, and second to refer to the interpretation made of them according to the available measurement tools. The problem arises when analyzing the process by which one goes from the act of reading to the affirmation of “I have read,” which is particularly important in the case of books. Books are accepted as the most refined expression of reading practice in the collective unconscious. This is because of their “chronodegradable” condition concerning memory: statements about what is read can refer to inexistent works and depend on the memory’s weight and intensity, as numerous experiences and investigations have shown. Despite everything, reading of books represents a utilization of essential skills, especially in the university environment in which the book is experiencing a decisive displacement in favor of other, shorter and more cognitively accessible genres, such as the scientific journal. For all these reasons, suitable procedures must be initiated in the university setting not only to recover the role of prescription and recommendation inherent in teaching practices, especially in the Humanities and Social Sciences, but also to stimulate interest and student use of a genre relegated to an increasingly less consistent voluntarism.
Resumen
La lectura reviste una condición múltiple sujeta a interpretaciones de muy diverso signo según las perspectivas desde las que se aborde, pero existe un consenso generalizado sobre sus bondades y beneficios para la población en general y para el desarrollo de la cultura en particular. Los cambios tecnológicos que ha experimentado en la última década, que involucran a todos los actores de su cadena de valor, han añadido funcionalidades, prestaciones y modalidades que amplían considerablemente el elenco de los contenidos disponibles y sus formas de consumo. Se puede hablar de una lectura “a la intemperie” tanto para designar estas nuevas prácticas como para denominar la interpretación que se hace de las mismas según las herramientas de medición disponibles. El problema se plantea al analizar el paso del acto de leer a la afirmación de “yo he leído”. Y esto es particularmente importante en el caso de los libros, asumidos en el inconsciente colectivo como la expresión más depurada de la práctica lectora, pues dada su condición cronodegradable, en términos de memoria, las declaraciones sobre lo leído se pueden referir a obras inexistentes, desde el punto de vista de su peso y de la intensidad del recuerdo, como han puesto de manifiesto numerosas experiencias e investigaciones. A pesar de todo, leer libros constituye una movilización de competencias imprescindibles, sobre todo en el ámbito universitario, en el que el libro está sufriendo un desplazamiento inapelable en beneficio de otros géneros más breves y accesibles cognitivamente, como los artículos científicos. Por todo ello han de activarse en la universidad los procedimientos necesarios para recuperar el papel de prescripción y recomendación inherente a las prácticas docentes, sobre todo en las Humanidades y las Ciencias Sociales, con objeto de concitar el interés y el uso por parte de los alumnos de un género relegado a un voluntarismo cada vez menos consistente.