Tomás de Aquino sostiene que el contenido actual de nuestro pensamiento no es directamente accesible por parte de ninguna criatura y que el libre albedrío no puede ser suplantado. Estas tesis se apoyan en la condición espiritual de la inteligencia y la voluntad, que las hace directamente inmunes a toda intervención sobre nuestro cuerpo. Por otra parte, este autor reserva un puesto especial a la voluntad como custodia de la intimidad, que impide aceptar una transparencia tal que haga superflua la decisión libre de comunicarnos con otros seres personales, y como dominio inalienable sobre la acción mediante la cual nos dirigimos por nosotros mismos al bien. En esto se distancia de las concepciones reduccionistas, que, o bien niegan la existencia de la libertad, lo que pone en cuestión cualquier intento de protegerle un ámbito para que se exprese, o bien se encuentran con la dificultad de explicar el significado de los derechos que se reclaman para ella y más aún de justificarlos. De todos modos, Tomás de Aquino acepta la posibilidad de acceder indirectamente a nuestra mente a través del conocimiento de los estados del cerebro y también la de influenciar nuestra voluntad a través de las pasiones, mediante la modificación de nuestro organismo. La existencia de un reducto inatacable que garantiza nuestra intimidad y nuestra libertad legitima nuestro derecho a ser respetados, pero no convierte en superflua su protección.