RESUMENLos primeros indicios de una posible erupción volcánica en El Hierro se percibieron a partir de julio de 2011 en forma de sismos de baja intensidad pero anormalmente numerosos. La intensificación de la sismicidad culminó con el inicio de la erupción submarina el 10 de octubre de 2011 a unos 2 km al sur de La Restinga. La sismicidad y deformación del terreno que precedieron y acompañaron a esta erupción han permitido reconstruir las principales fases de actividad volcánica: 1) generación y ascenso del magma con migración de los hipocentros sísmicos desde el norte, en el Golfo, hasta el rift sur, en La Restinga, marcando la apertura hidráulica del conducto magmático; y 2) inicio y continuidad de la erupción volcánica evidenciada por un tremor armónico continuo de intensidad variable en el tiempo. Las características observadas a lo largo de la erupción, principalmente localización, profundidad y evolución morfológica del foco emisor, así como emisión de materiales volcánicos flotantes, inicialmente con un núcleo blanco poroso (procedentes de la fusión parcial de sedimentos de la capa superior de la corteza oceánica anteriores a la construcción del edificio insular de El Hierro) envuelto por una corteza basanítica y después huecas (lava balloons), se han correspondido con una erupción submarina fisural profunda sin que nunca hayan intervenido mecanismos más explosivos tipo surtseyano. La erupción se mantuvo activa durante unos cinco meses, dándose por finalizada en marzo del 2012, convirtiéndose de este modo en la segunda erupción histórica más longeva de Canarias después de la de Timanfaya (1730-36) en Lanzarote. Esta erupción ha supuesto la primera oportunidad en 40 años de gestionar una crisis volcánica en Canarias y de analizar las observaciones e interpretaciones y las decisiones adoptadas, con objeto de mejorar la gestión de futuras crisis volcánicas. El Instituto Geográfico Nacional (IGN) se encargó de adquirir y analizar la información sísmica y de deformación durante todo el proceso. Sin embargo, no se dispuso inicialmente de un barco oceanográfico que realizara estudios sistemáticos de la profundidad y progresión de la erupción, así como de toma de muestras de los materiales emitidos (piroclastos y lavas), elementos claves para la determinación de la peligrosidad eruptiva. Estas deficiencias en el seguimiento científico del proceso eruptivo dificultaron en algunos momentos la toma de decisiones de protección civil. El análisis de la crisis ha puesto de manifiesto que, aunque se disponga de una infraestructura técnica adecuada para la detección temprana de crisis eruptivas en el archipiélago, de poco valen las medidas administrativas planificadas sin un seguimiento científico continuo e integrador del proceso eruptivo, abierto a la colaboración científica nacional e internacional.