Este artículo identifica y describe preliminarmente una nueva dimensión del dinero que emerge gracias a la implementación masiva de transferencias monetarias para el desarrollo. Concentrándonos en las expectativas educativas que las transferencias monetarias del programa Asignación Universal por Hijo (AUH) promueven entre sus receptoras en la ciudad de Paraná (Provincia de Entre Ríos, Argentina), y en particular en las interfaces monetarias de sus unidades domésticas, descubrimos que, aunque el estado argentino con la finalidad de terminar con la pobreza de la próxima generación pretenda incentivar y condicionar prácticas maternales y educativas, en la mayoría de los casos analizados las transferencias no redundan en una inversión significativa en la educación de sus beneficiarios. Este dinero, sin embargo, al enfrentarse y compararse con otros dineros, principalmente los provenientes de los salarios informales del esposo o concubino, reproduce expectativas vitales que son condición de posibilidad de cualquier mejora educativa. Las mujeres administradoras al reconocer en las transferencias un dinero vital para sus hijos, pero semánticamente muy poco significativo, instauran al mismo tiempo que nuevas posibilidades de perfeccionar consumos y cuidados, una dimensión dineraria que hemos denominado "el ombligo del dinero".
Resumen
Basado en entrevistas con funcionarios de desarrollo y análisis de evidencias históricas, sostengo que, en lugar de estar dirigida a romper el ciclo intergeneracional de reproducción de la pobreza, los programas de transferencias monetarias de México Procampo (1994) y Progresa‐Oportunidades (1997–2002–2014) se implementaron para facilitar un ajuste estructural de largo plazo, mantener una constante migración de zonas rurales a zonas urbanas, “convertir” a niños campesinos a nuevas actividades económicas, monetizar la economía rural, incentivar nuevas formas de liderazgo político y abolir el “caciquismo tradicional”. Validado no sólo a través de estadísticas y de análisis cualitativo, sino también por los “métodos experimentales de evaluación de impacto,” Progresa‐Oportunidades se justifica en una dimensión “contrafactual” de (pseudo) Casos Controlados Aleatoriamente. Por lo tanto, concluyo que la prueba “contrafactual” de las transferencias monetarias asocia progreso y desarrollo a causalidades redundantes de formas de vida urbana, en vez de demostrar el alcance de objetivos.
En este artículo analizo el caso de una madre y su hijo, beneficiarios de la Asignación Universal por Hijo, una transferencia monetaria condicionada que exige la escolarización del menor. El abandono de la escuela y la entrada esporádica del joven en el mercado laboral desencadenan en el ámbito doméstico disputas y proyecciones económicas a corto y largo plazo sobre lo que varios autores han denominado capital humano y dinero-capital, nociones centrales en estas transferencias. En cuanto ambos beneficiarios interpretan la exigencia educativa del programa como condición necesaria para alcanzar una vida mejor, concluyo que los diseñadores de la política pública y sus destinatarios coinciden en caracterizar una forma cada vez más popular de dinero del que se esperan retornos económicos a futuro, como si se tratara de una inversión.
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