La tarea de los intelectuales y su relación con las demandas y conflictos sociales ha asumido tres grandes modelos, influyentes dentro y fuera de la vida académica. El modelo crítico separaba posiciones, a través de la identificación de cuál es la posición fundada en un modelo del saber, aparentemente libre de juicios de valor e intereses. A este modelo se opuso el del intelectual orgánico, que concibe su tarea como herramienta cultural para identificar necesidades e intereses de sectores sociales y permitir su satisfacción. Ambas posiciones conllevan un riesgo: los privilegios del corporativismo estamentario del trabajo intelectual, especialmente el universitario y el consiguiente acriticismo respecto de las propias afirmaciones y acciones, como también la falta de reconocimiento de toda posición ajena. La responsabilidad y función del trabajo intelectual universitario se realizará, entonces, si se reconocen las demandas sociales, particularmente de los sectores más postergados, para luego traducirlas para que alcancen visibilidad y satisfacción social. Este trabajo no es sólo un procedimiento formal sino que conlleva también una influencia en la cultura y es clave para comprender la responsabilidad social académica.
A partir de la novela y el film The Giver, este artículo expone la paradoja y contradicciones que se que dan en el intento de una posición igualitaria y pacifista –respuesta clásica ante las discriminaciones que originan dolor y violencia– por eliminar todo lo que sea fuente de distinción, y por ende de angustia. Se expone además cómo ese movimiento acabó eliminando la creencia en lo otro y al mismo tiempo la memoria de todo lo que había causado angustia en el pasado. En segundo lugar, este artículo argumenta que en nombre de la igualdad lograda por la eliminación de la violencia nacida de la diferencia, se genera una violencia todavía más grave. Y que la eliminación social de la muerte y el deseo, como señales de esa memoria y eventos fundamentales de la experiencia humana, no contribuyeron a subsanar el desgarro sino a instaurar un daño más allá del límite. El argumento señala que la producción de seres humanos neutros, sin culpas pasadas ni angustias futuras, sin diferencias individuales significativas, no conlleva una vida más libre, fraterna e igualitaria, sino un tipo de violencia intrínseca y desbordada. Finalmente, se indagará la memoria de la diferencia y de la ley, en tanto rol del otro, como inicio de una apropiación subjetiva más completa.
Walter Benjamín nos ha provisto de una creativa semántica y práctica en torno a la experiencia y a la memoria. Ambas asumen características particulares en su obra, que las distingue de otras nociones y experiencias cercanas. A partir de la pregunta por su rol en la educación, este trabajo se propone abordarlas teniendo en cuenta, en primer lugar, la concepción de memoria en relación con la experiencia y la práctica de rememorar. En segundo lugar, expondremos su vínculo con la narración a partir de imágenes o nociones que, en Benjamin, implican una relación con la interrupción del tiempo y el sorprendente ingreso de aspectos provenientes de la herencia religiosa. En tercer lugar, recuperaremos el interés de Benjamin por los pequeños objetos, que operan, en la experiencia, un acicate para la rememoración. Finalmente, y a modo de conclusión, propondremos algunas relaciones fundamentales entre estos tres momentos y la educación.
A menudo se reduce la pregunta por el vínculo de teología y política a situaciones coyunturales y emergentes, ocluyendo así aspectos estructurales de esta relación. La tradición filosófica de la teología política fue capaz de formular una teoría de esta relación, que aún hoy muestra su influencia. El objetivo de este trabajo es indagar filosóficamente en qué medida la obra de Levinas, explícitamente refractario a teología y política, puede ubicarse en esa tradición al mantener estructuralmente algunos de sus aspectos esenciales. La excepción, la decisión y la escatología pueden identificarse en Levinas, quien opera sobre ellos una resignificación radical. Esta resignificación es valiosa en tanto que permite mantener las demandas de la teología política en un período donde no es pensable la unicidad religiosa ni axiológica, y donde la democracia se muestra menesterosa de una fundamentación que la oriente hacia las demandas de justicia e igualdad radical.
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