Preguntarse por el inicio del proceso de escrituralización 1 de los romances leonés y castellano es plantearse una serie de interrogantes para los que, aunque haya respuestas, ni fueron ni son ni probablemente serán siempre las mismas. Son tantas, tan variadas y tan sutiles las cuestiones implicadas, que, al final, resulta casi natural la discrepancia. Sería necesario tomar decisiones, en primer lugar, sobre la época en que la lengua de partida, el latín, dejó de serlo para convertirse en lenguas diferentes o, de forma más directa, en qué momento cedió su exclusividad como lengua única de comunicación. Sería, en segundo lugar, imprescindible conocer el momento en que el estrato común, que se conoce como protorromance, se fragmentó y, sobre todo, si los hablantes eran conscientes de esas diferencias dialectales. La cuestión debería, además, formularse de manera que permitiese averiguar si lo que realmente percibían eran diferencias entre áreas lingüísticas o entre dos lenguas o, más bien, entre dos normas, una para la escritura y otra para la oralidad. Alcanzada esa fase, la unanimidad parece presidir la convicción de que la separación entre el latín y el romance en la lengua escrita se inició en los textos jurídicos y notariales. Desaparece de nuevo al preguntarse si los rasgos lingüísticos de tales textos responden y reproducen las características del castellano de la época. Al final, parece que el consenso sólo se logra si se hace intervenir la figura de Alfonso X y su obra.Son muchos, demasiados, los frentes abiertos como para que se sea factible analizar todos. Se pueden esbozar aspectos de cada uno de ellos y eso es que lo me propongo. 1. Para este concepto, cf. Oesterreicher (1994) y Koch y Oesterreicher (2001).