Arbor CLXX, 671-672 (Noviembre-Diciembre 2001), 461-472 pp.
Toledo y yoYo, no soy de Toledo. Nací en un barrio de Madrid, que por entonces era aún «galdosiano». Y aunque esto puede darme un aire de Ángel Guerra, la verdad es que no es a través de Don Benito, como le ocurrió a Marañón; del modo que yo he conocido la «Imperial Ciudad». Y ya de entrada digo, que no voy a emplear mas esto de «imperial», por que no me gusta nada y os diré por qué.-No pido que se quite el águila austríaca de su escudo, pero Toledo era grande; es más tenía su verdadera fisonomía ya perfectamente dibujada, antes que viviese en ella el Emperador Carlos y antes también de que aquí, en el Palacio de Fuensalida, muriese su bella Ysabel. Siempre en guerras y fuera de España, vivió muy poco junto al Tajo La ciudad era imperial en sus ideas, en sus sueños y hasta si se quiere, lo fue en la Edad Media; en la época de las tres religiones. Pero no cuando los escudos lo proclaman, si no antes y de un modo más difuso, mas ideal.Ya digo, que ni a través de Galdós, ni tampoco de Don Gregorio -con ser fiel discípulo suyo-he entrado yo en esta ciudad. La he conocido en mi infancia y con ella he soñado mucho antes de tener mi «Jardín del Moro». Ahora os contaré de que manera. Pero dejarme antes que os diga, que a pesar de vivir aquí una tercera parte de la semana, y a despecho de que siendo rector complutense, traje por primera vez y por decisión mía personal -que buenos disgustos me costó-los estudios universitarios; no tengo el honor de ser toledano. He conocido a media docena de alcaldes y todos o casi todos me han prometido hacerme «hijo adoptivo» pero después, nada de nada. No me importa, por que yo he hecho a la ciudad, a su casco viejo amurallado;