Ante las nuevas dinámicas en materia de investigación como consecuencia directa de la pandemia por covid-19, la participación de los diferentes grupos que integran los semilleros de investigación ha continuado con el desarrollo de propuestas que dan respuesta a las diferentes líneas de investigación de los programas. Se destaca una participación importante de grupos que, a través de la puesta en marcha de trabajos interdisciplinares que han impactado nuevos contextos, aportan significativamente a los objetivos de desarrollo sostenible y que constituyen un marco de referencia para la ejecución de acciones que generen soluciones a las problemáticas y necesidades de las comunidades.
La formación posgradual y la profundización en diferentes áreas del conocimiento se han convertido en uno de los elementos indispensables dentro de las instituciones de educación superior al representar la cualificación del docente y, como no, el aporte y avance del conocimiento. Además, dentro del proyecto de vida de una persona representan un aparente “estatus intelectual”, malinterpretado hoy en día porque el título tiene que “pesar” para entender la responsabilidad moral y social que conlleva. En Colombia, vivimos en el entorno de la “calidad” académica, donde la mercantilización de los títulos universitarios con discursos filantrópicos son vacíos en esencia y están caracterizados por praxis que no promueven el debate ideológico, social ni político, sino que, por el contrario, se justifican en bastos fundamentos típicos de las empresas comerciales. De acuerdo con el Consejo Nacional de Acreditación (CNA), a diferencia de otros países de América Latina, en Colombia, solo en los últimos cinco años, el número de programas de posgrado ha crecido más rápidamente en maestrías y en doctorados, en un contexto donde se ofertan bienes y servicios, en ocasiones, sin características diferenciadoras. Claramente, existe hoy en día una tendencia desmesurada de formación posgradual.
El inicio de la tercera década del siglo XXI trae consigo nuevos retos intelectuales para la universidad, los cuales se manifiestan en forma de problemas sociales, económicos, políticos, culturales y ambientales, casi la mayoría, entretejidos en sus impactos entre lo local, regional, nacional y global. Precisamente, las universidades son las instancias donde se concretan, comprenden, posicionan tales problemas, pero también donde es posible imaginar, modelar y crear potenciales soluciones para provocar cambios necesarios. Las universidades, desde su referente más antiguo con la creación de la Universidad de Qarawiyyin en el año 859, precisamente fundada por dos mujeres tunecinas, en la ciudad de Cairuán, la capital de Túnez (Petersen, 1995) hasta la diversidad más amplia expandida en todo el mundo, han sido protagonistas en el desarrollo del pensamiento analítico, que permiten interpretar, explicar y proponer alternativas ante los fenómenos de mayor relevancia de cada tiempo y lugar.
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