En el año 2011, la International Association for the Study of Pain redefinió los dos descriptores utilizados hasta ese momento: el dolor nociceptivo (producido por la estimulación de nociceptores debido a un daño presente o potencial de tejidos no neurales), y el dolor neuropático (debido a una lesión o enfermedad del sistema nervioso somatosensorial). Al suprimir el término «disfunción» de la definición de este último, quedó en la nebulosa un gran grupo de pacientes que presentaba dolor por una alteración de la nocicepción (clínicamente evidente), pero que, al no poder demostrarse una activación de los nociceptores ni una lesión o enfermedad del sistema nervioso, no tenían cabida en la nueva dicotomía establecida (nociceptivo/neuropático). Se ha estimado que alrededor de dos tercios de los trastornos dolorosos musculoesqueléticos se encontraban fuera de ambas categorías (por ejemplo, los casos de lumbalgia y cervicalgia inespecíficas, fibromialgia, síndrome de dolor regional complejo tipo I, entre otros). Por ese motivo, en el 2017 se estableció un tercer descriptor: el dolor nociplástico. Con ello se ha podido subsanar el vacío existente, y dar finalmente una descripción fisiopatológica al diagnóstico de dolor crónico primario (sin daño estructural) que abarca a estos trastornos y que se encuentra codificado en la nueva Clasificación Internacional de Enfermedades, 11.ª revisión,.
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