“…A menudo nos quejamos de la formación científica que traen nuestros estudiantes y, sin entrar en más detalles, admitimos que posiblemente sea cierto. Así, se ha puesto de manifiesto en estudios sobre: las concepciones y modelos que explican la tuberculosis (Aznar & Puig, 2016); el proceso de erosión (García & González, 2017); la digestión humana (Bahamonde & Gómez, 2016); la energía (Greca et al, 2017); el sistema inmunológico a partir de una controversia sobre las vacunas (Maguregui et al, 2017); los conocimientos, actitudes y comportamientos ambientales (Álvarez et al, 2018); los huertos eco-didácticos (Eugenio et al, 2018); las ciudades sostenibles (Torres & Arrebola, 2018); sobre la evaluación de la adquisición de competencias en sostenibilidad (Albareda et al, 2019); el uso de los itinerarios (SIG) en la educación ambiental (Alcántara & Medina, 2019); el uso de demostraciones experimentales para mejorar la percepción y la actitud hacia la Química (Álvarez & Valls, 2019); la contaminación de los mares (Jaén et al, 2019); las prácticas de biología (Marcos, 2019); los microorganismos (Marcos et al, 2019); los proyectos de desarrollo sostenible (Aguirregabiría & García, 2020); el impacto ambiental de la alimentación (Brocos & Jiménez, 2020); la argumentación en las controversias socio-científicas (Jiménez et al, 2020); la construcción de los conceptos cinemáticos (Pérez- Bueno et al, 2020); los contenidos científicos en las redes (Benéitez, 2021); los insectos, plantas y pérdida de polinizadores (Puig & Gómez, 2021)……”