La corrida de toros de Andamarca, en los Andes peruanos, es singular. Los animales no son matados ni heridos y, además de los toreros, participan en el ruedo uno o más personajes cómicos (payasos, hombres vestidos de mujer, etc.), elementos imprescindibles para transformar este antiguo juego sangriento en un encuentro entre humanos y animales. Su objetivo no es someter a los toros, sino hacer proliferar la risa. «Saber jugar » es lo que garantiza un buen espectáculo entre humanos desarmados y toros bravos. Herir los animales es una forma de romper las reglas del juego y, sobre todo, ir en contra de la ética ecológica andamarquina. No matar y/o no lastimar a los animales es un rechazo al estilo taurino colonial y, más allá de eso, una crítica a la ética ecológica de los colonizadores y a su forma de ser humano.