El libro propone una interpretación cultural de la configuración metropolitana de Quito. El argumento es más allá del interés municipal en fortalecer su capacidad institucional para controlar la expansión urbana, la adopción de la condición metropolitana implicó una “formación simbólica”, un sistema de sentidos y significados especiales que contenían una visión de la urbe como una ciudad ordenada. Explica algo que parece fluido y natural; el sometimiento del sentido metropolitano de la ciudad a las ideas y valores de las élites quiteñas, y que los demás grupos sociales consienten sin mayores resistencias. La investigación se adentra en el desconcertante ámbito de los circuitos ideológicos que cohesionan a la sociedad urbana, para comprender la predisposición de sus habitantes a emular formas de vida de las clases acomodadas, activada por la capacidad de persuasión simbólica de la modernidad colonial urbana, a través de la cual la mayoría de sus residentes, lejos de cuestionar el sometimiento al individualismo disuelven las identidades colectivas, para integrarlas a la dinámica metropolitana. El autor polemiza sobre la respuesta social mediante el análisis del movimiento barrial quiteño y las inserciones urbanas de los pueblos indígenas y afroquiteños.