Alfonso de Cartagena cultivó la exégesis bíblica: la Apologia super psalmo “Iudica me, Deus”, que probablemente escribió a instancias de Pedro Fernández de Velasco, conde de Haro, con posterioridad a 1442. Cartagena asumió los principios que guiaron la práctica hermenéutica de su padre, Pablo de Santa María: literalismo y honda inspiración cristológica. Desarrolla su lectura cristocéntrica sobre la base de la interpretación figural. Pero en lugar de la polémica antijudía que condicionaba la exégesis paterna, propone un marco interpretativo eucarístico. Hace así una ceñida lectura sobre firme fundamento literal y sólida doctrina tomista: acude a la Summa theologiae para ilustrar la letra del texto bíblico.