“…Para el caso de las universidades y debido a que estas son organizaciones altamente complejas, el ejercicio de un liderazgo efectivo permite, además de motivar e inspirar a otros, articular una visión atractiva y otorgarle posicionamiento y seguridad a la institución, lo que ayudaría a su vez al logro de la excelencia institucional (Ganga-Contreras et al, 2018), es por esto que se reconoce la importancia de ejercer un liderazgo que garantice estrategias flexibles e integrales, destacando la capacidad de escuchar y respetar las ideas de todos los participantes en este proceso (estudiantes, profesores y otros stakeholders), con el fin de anticipar el cambio, estimular el diálogo, la cooperación, el conocimiento, la creatividad (Leal Filho et al, 2018), y conducir así a un clima de aprendizaje efectivo y procedimientos educativos eficaces (Daniëls et al, 2019). Es más, Berestova et al (2020) sostienen que el liderazgo docente promueve un crecimiento efectivo dentro del contexto educativo, ya que los académicos que se convierten en líderes contribuyen al desarrollo profesional efectivo de sus compañeros docentes, al crear comunidades líderes de especialistas que exploran y mejoran colectivamente las prácticas de enseñanza y aprendizaje, lo que tiene un efecto favorable en la calidad de la educación y el rendimiento de los estudiantes. De igual manera, los directivos que tienen una sólida comprensión de las prácticas efectivas de liderazgo, son gestores de una cultura y estructura orientada en el aprendizaje continuo, basada en las necesidades de los estudiantes y las capacidades de los académicos (Cawn et al, 2016), razón por la que Pedraja-Rejas et al (2018a) concluyen que desde un punto de vista conceptual, existe un probable vínculo entre los estilos de liderazgo y los tipos de cultura que prevalecen en las instituciones de educación superior.…”