“…A la altura de 1988, era evidente que, pese al progresivo aumento de la competición política tanto por la derecha como por la izquierda del PSOE, la principal oposición al gobierno estaba fuera del Parlamento y era consecuencia más o menos directa de la ruptura en el seno de la familia socialista. Así las cosas, había dos maneras de plantear la operación redistributiva, ya fuera -como hacía el gobierno-tratando de asegurar el crecimiento, en cuanto condición sine qua non de la redistribución, lo que exigía mantener una cierta línea de reformas, y en concreto de reforma laboral; ya fuera, como querían los sindicatos, dando prioridad a la redistribución, aun cuando ello implicase restricciones al crecimiento, y en particular al crecimiento del empleo (Paramio, 1992).…”