La prosperidad mercantil y la tolerancia religiosa que caracterizaban a Amsterdam durante el siglo XVII atrajeron a la ciudad a personas de una amplia variedad de orígenes nacionales, etnias y confesiones. Y así quedó registrado en diversos documentos, desde listas escritas hasta grabados y pinturas. Entre esas naciones figuraban los musulmanes, cuya vistosa presencia no era inusual en estampas de escenas callejeras y costumbristas de la ciudad. Musulmanes o, por lo menos, individuos vestidos a la usanza musulmana, pues turbantes y túnicas eran también usados por armenios, que formaban un grupo bien definido en la ciudad, y también por cristianos y judíos que vivían en el seno de comunidades musulmanas. La presencia de figuras de apariencia musulmana en esos grabados resulta exagerada en relación a las cifras reales de musulmanes en Amsterdam, de modo que hay que atribuirla a un deseo de subrayar la doble condición de la ciudad holandesa como emporium mundi y como puerto de tolerancia. Pero esta última tampoco era tan efectiva como la apariencia quería hacer creer: en tanto que los musulmanes residentes podían acogerse a la tolerancia y aún a cierta condición de ciudadanía, ambas fueron severamente negadas a los nativos convertidos al Islam, que también los había, objeto de hostilidad por renegados. Las condiciones de natural o forastero, las opciones religiosas individuales en una u otra dirección y, ciertamente, la realidad y su representación eran factores en juego en las transitadas calles de Amsterdam, factores que se ofrecen a la consideración del historiador (Kaplan, 2006). El Profesor Peter Burke se ha ocupado por extenso de estas consideraciones y de otras relacionadas con ellas. Baste recordar sus reflexiones sobre los usos de las imá-genes como documento histórico, en las que advierte juiciosamente que no son ni mero reflejo de una determinada realidad social ni tampoco un sistema de signos desligados de la realidad, sino que ocupan múltiples posiciones intermedias entre ambos extremos; y sus observaciones acerca del valor y de las limitaciones del concepto de "representación", que es precisamente uno de los temas de discusión en el presente seminario (Burke, 2001(Burke, , 2006. Como no pocas de las tendencias que conforman nuestro presente historiográfico, la noción de representación se asentó con fuerza en la terminología y en los análisis a lo largo de la década de 1980: desde la fundación de la revista Representations en 1983 hasta el artículo de Roger Chartier, "Le monde comme répresentation", su célebre contribución a las reflexiones del "tournant critique" de Annales de 1989, unos años que, además, conocieron la influencia de la antropología cultural y al creciente uso de imágenes en el sentido acabado de mencionar. La noción surgía en buena medida como vía de solución al impasse al que había llegado la historia de las mentalidades de fuerte base cuantitativa y permitía, asimismo, salvar la dicotomía entre objetividad de las conductas y subjetividad de las categorías en los actores históricos. ...