La bata blanca, símbolo de la Medicina moderna, ha entrado tal vez en su ocaso definitivo tras la pandemia por COVID-19, ya que en contra de los motivos que originaron y popularizaron su uso, no solo no sirve para la protección personal sino que fácilmente se convierte en vector de infección cruzada y resistencia microbiana. A la mancha indeleble en la profesión que ha ocasionado el mercado de la salud, se ha sumado el comportamiento no ético de colegas, para quienes el lucro personal supera su vocación de servicio, desvirtuando la pulcritud y limpieza del ejercicio que la bata encarna. A pesar de lo anterior, algunas facultades de Medicina se niegan a ello, iniciando a sus estudiantes en el apostolado con las ceremonias de su entrega. Es posible que la cultura de su uso retorne cuando cuente con detectores de contaminación, que rechace las partículas contaminantes y que le permita mantenerse “estéril” pero, principalmente, cuando represente la humildad y el servicio social de la Medicina. Este dilema de portarla deberá resolverse tras ajustar algunas variables culturales en los diferentes escenarios, en la posibilidad de que a través de ese atavío se permita potenciar la relación médico paciente que promocione una función sanadora, como elemento utilitario. Llegará el momento en el que por nuestras genuinas actitudes, los trabajadores de la salud seamos vistos “de blanco” porque, parafraseando, intentamos curar y salvar unas cuantas veces, escuchando con compasión y empatía a nuestros congéneres muchas veces y acompañarlos y consolarlos siempre.