“…En este sentido, es indispensable destacar la necesidad que tiene una entidad educativa, como organización, de superar el individualismo para transformarse en una comunidad de práctica (Gairín Sallán, J., 2015;Omidvar, O., y Kislov, R., 2014;Lave, J., y Wenger, E., 2004;Wenger, 2010;, que propicie el desarrollo de capital profesional (Miranda, P. D., 2020;Morales-Inga, S., y Morales-Tristán, O., 2020;Aparicio-Molina, C., y Sepúlveda-López, F., 2018;Fullan y Hargraeves, 2014), concibiendo el aprendizaje docente como un proceso de participación social, y para comprender en toda su extensión el sentido de la acción educadora como intervención colegiada, construida desde las miradas curriculares y disciplinares o áreas de conocimientos, como una visión cada vez más integrada, que supere la división artificial de asignaturas y materias, que tradicionalmente han venido rigiendo la educación formal, como si de compartimentos estancos del saber se tratara. Un ejemplo de este enfoque, cada vez más común, es la experimentación de buenas prácticas con proyectos integrados de carácter interdisciplinar y con agrupamientos de clases, que aglutinan a un gran número de estudiantes y varios profesores, por ejemplo, en las estrategias de co-docencia (Fernández Enguita, 2020).…”