Miguel Ángel Pérez Priego llegó a la Universidad Autónoma de Madrid en el curso 1971-72. Lo recuerdo muy bien. Era entonces un joven profesor sin apenas experiencia, que había estudiado en la Complutense, a quien Juan Manuel Rozas apreciaba mucho, rescató de la docencia que impartía en un colegio de Tarancón y, recién llegado, le asignó un curso monográfico nada fácil, por aquel entonces, sobre teatro del siglo XVI, del que fuimos alumnos y disfrutamos mis compañeros y yo. Pronto quedamos impresionados, porque para nosotros Juan del Encina, Torres Naharro y compañía eran unos desconocidos, a pesar de que ya estábamos en cuarto curso. Jesús Cañas y yo hicimos entonces, bajo su dirección, un trabajo sobre las danzas de la muerte que aún no hemos olvidado. Las clases de Miguel Ángel, siempre claras, rigurosas y ordenadas, nos descubrieron un mundo nuevo y coherente, a pesar de que la materia estaba aún en ciernes. Desde entonaún en ciernes. Desde entonen ciernes. Desde entonces, le tengo, como todos sus alumnos, un profundo respeto. Después, fuimos compañe-ros en la UAM y, poco a poco, nos hicimos amigos. Por eso puedo dar fe de que ha sido y sigue siendo un maestro ejemplar y un amigo entrañable; merecedor, por tanto, de un homenaje como éste sin duda ninguna.Ya como compañero y amigo, estuve a su lado en algunos lances de su carrera universitaria, es decir, en sus oposiciones. Sacó la plaza de Profesor Adjunto Numerario de Literatura Española en 1979, y decidió establecerse en la Universidad de Extremadura, donde se había trasladado poco antes Juan Manuel Rozas como Catedrático de Literatura. En Cáceres, pues, residió con su familia desde 1979 hasta 1983. Por las mismas fechas se trasladaba también allí Jesús Cañas, que se estableció ya definitivamente en la universidad extremeña.Miguel Ángel, no obstante, añoraba un espacio más abierto y cosmopolita, con las facilidades investigadoras que ofrecía la Biblioteca Nacional, el archivo Histórico o el CSIC para los que residían en la capital de España. Decidió entonces presentarse a otra EPOS, XXX (2014) págs. [13][14][15][16]
El trabajo es un primer acercamiento —que me gustaría proseguir con otros más específicos— al estudio de las relaciones generales entre Cervantes y Quevedo, que pretende únicamente cimentar algunas bases imprescindibles para efectuar ese análisis, partiendo de un cotejo de sus respectivas biografías, ascendencias familiares, experiencias cortesanas, talantes y aficiones literarias, e insistiendo en sus amistades y enemistades comunes, sobre todo cuando el amigo de uno es el rival del otro, como en el caso medular de Lope de Vega. A continuación, el trabajo realiza un análisis de las referencias literarias concretas de Quevedo que registró Cervantes y de las cervantinas que interesaron al autor de los Sueños, con el objeto de indagar su sentido cabal desde las dos perspectivas. Se trata, en fin, de ir desbrozando el camino de esta relación entre los dos genios de nuestras letras.
Antonio REY HAZAS Universidad Autónoma de Madrid n el acercamiento, siempre difícil para quien busca claridades, a la personalísima y oscura poesía de Antonio Gamoneda, voz verdaderamente única en la lírica española, no ya actual, sino de todos los tiempos, he decidido, tras muchas idas y venidas, vueltas y revueltas, seguir el camino teórico de la pobreza, o mejor, de la poética de la pobreza, marcado por el propio poeta, como es sabido, en su Discurso del Premio Cervantes 2006.El Libro del frío, por ejemplo, abre la puerta a mis reflexiones sobre la poética de la pobreza:Hubo un tiempo en que mis únicas pasiones eran la pobreza y la lluvia. Ahora siento la pureza de los límites y mi pasión no existiría si supiese su nombre. 1 La pasión explícita de la pobreza real me permite comenzar la indagación teórica sobre la pobreza poética, a partir de las palabras leídas por Gamoneda en su Discurso del Premio Cervantes 2006, donde confiesa, puesto a preguntarse por el acontecer de su escritura, y a sabiendas de que las claves están en su vida y en su calidad existencial, que:pronto se me depara la evidencia de algo que, más que cualquier otra circunstancia o razón, ha condicionado a una y a otra, a mi vida y a mi escritura. Hablo de la pobreza.[…] Porque yo vengo de la penuria y del trabajo alienante. […] Tengo que pensar que sí, que existe un estado pasional del pensamiento nacido en la pobreza y servido por el infortunio; un algo que, de aquí en adelante, nombraré diciendo simplemente cultura de la pobreza, y que esta cultura es, de algún modo, diferenciable de la que prospera a partir de una situación privilegiada.2 Esa, entre otras, es la razón fundamental por la que Gamoneda se siente unido con Cervantes y con Juan de la Cruz:Es verdad que, en 1936, en mi casa había un solo libro en el que aprendí a leer.[…] Un libro de poesía escrito por mi padre. Es verdad así mismo que mi primera información sobre la vida civil consistió en advertir la horrible represión en el barrio más tristemente obrero de León, y es verdad también que, al día siguiente de cumplir catorce años, a las cinco de la mañana, yo estaba cargando carbón en la caldera del extinguido * Las páginas que siguen son apenas el esbozo de un proyecto mucho más ambicioso y extenso sobre la poética de la pobreza que, a mi entender, preside buena parte del quehacer lírico de Antonio Gamoneda, y para cuya realización cabal necesito más tiempo y, obvio es decirlo, la colaboración del poeta. En principio, por tanto, me limito a trazar algunas líneas maestras del trabajo, a la luz de Cervantes. 1
El artículo analiza la imbricación de vida y literatura que las Novelas Ejemplares de Cervantes —o, para ser más preciso, algunas de ellas— llevan como un sello principal de su identidad artística; sello que implica, a su vez, una determinada visión de Andalucía, en general, y sobre todo de Sevilla, en particular: de una Sevilla que es a la vez objeto e inspiración de una peculiar mirada novelesca, necesaria para entender tanto algunas de estas novelas como la percepción literaria del espacio que hay en la obra de Cervantes.
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